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Néstor Kirchner, retrato de un avaro obsesionado por los dólares y los votos

Por Ceferino Reato

 

Los cuadernos del chofer que registró las andanzas de uno de los «valijeros» de los Kirchner actualizaron un dilema clásico: la relación entre el dinero y la política, entre los pesos (en realidad, Néstor Kirchner prefería dólares, «verdes») y los votos.

 

En otras palabras: el dinero como medio indispensable para acumular poder, para hacer política. O el dinero como fin en sí mismo, más aún que el poder.

 

Los registros del chofer Oscar Centeno indican que fue el ex presidente Néstor Kirchner el mentor de un megaesquema para recaudar dinero de los contratistas de obra pública, que debían tributar regularmente a Roberto Baratta, uno de los hombres de confianza del ministro de Planificación, Julio De Vido.

 

Siempre según Centeno, Cristina Kirchner heredó también ese esquema luego de la muerte de su marido, el 27 de octubre de 2010, aunque lo usó de manera más limitada.

 

De hecho, el chofer de Baratta interrumpió sus registros luego del fallecimiento del ex presidente para continuarlos recién en mayo de 2013, cuando, según anotó, Cristina Kirchner ordenó a De Vido y Baratta «que sigan recaudando de las empresas para las próximas campañas electorales».

 

Se calcula que por las manos de Baratta pasaron unos 200 millones de dólares, según las anotaciones de su chofer. Pero, «el Licenciado», como lo llama Centeno, era solo uno de los valijeros de Kirchner por lo cual se estima que el ex presidente manejó un oleoducto de dinero ilegal.

 

Cuando escribí mi libro sobre Kirchner («Salvo que me muera antes»), en 2016, una de las cosas que más me intrigó fue esa capacidad del fundador del kirchnerismo para, por un lado, sumar votos y consenso, y, por el otro, dirigir ese entramado de valijeros y coimas.

 

Es que Kirchner estaba al tanto de todo lo que recaudaban sus valijeros. Por ejemplo, el 20 de mayo de 2010, Centeno anotó que, luego de una reunión en la Quinta de Olivos, Baratta «comentó a Nelson (su secretario privado) y a mí que el doctor Kirchner le dijo: ’Qué pobre estuvimos esta semana’». Y agregó que Baratta le explicó al ex presidente que «mucha gente se fue afuera» porque se venía un fin de semana largo y, por lo tanto, no había podido contribuir como lo hacía regularmente.

 

Una de las fuentes de mi libro, que sobrevivió como funcionario los tres gobiernos K aunque en distintos cargos, me contó que a Kirchner «sólo le interesaban la política y la guita vinculada al poder. Recuerdo una discusión sobre la esencia de la política con Néstor y con Julio Bárbaro en los comienzos del kirchnerismo. Julio decía que lo importante de la política no era tanto el dinero como la conciencia. Yo hablaba de la capacidad para hacer política y de la guita como un medio. Néstor cerró la discusión de este modo: ’Eso puede ser en otros países. Acá es distinto, y la guita es un recurso clave. No te dejan sentar a la mesa del poder si sos un seco’».

 

Por su lado, un ex funcionario de Cristina Kirchner, que también era de Racing, como el ex presidente, cuenta que «Néstor siempre preguntaba cuánta plata tenía tal o cual personaje. Te decía: ¿Cuánta plata tiene Milito?, ¿cuánta guita tiene Maradona?, ¿cuánto dinero hizo la Brujita Verón?, ¿cuánto tiene ya Del Potro? Te medía por el dinero. Te hacía un cálculo de cuánto más o menos tenías y, en función de eso, sacaba cuánta espalda tenías’».

 

«Recuerdo —agrega— una frase de él. Néstor decía que no quería dejarles balas a los empresarios para que ellos pusieran al presidente. Porque era la política la que debía poner al presidente; no los empresarios. Su idea era no dejarles margen en los grandes negocios para que los tipos después no le impusieran un nombre».

 

Dinero para gestionar y ganar elecciones, y muchos votos para ganar más dinero; un círculo perfecto que debería asegurar a los Kirchner un ciclo de por lo menos veinte años en la Casa Rosada. Así pensaba él, que era el jefe indiscutido de la pareja.

 

Sin embargo, Julio Bárbaro —partidario de Kirchner hasta 2007— afirma que, si bien es cierto que el ex presidente «identificaba el poder con el dinero, le importaba más el dinero. La política era, en el fondo, el decorado de los negocios. Era un personaje en su ambición más pura».

 

Siembre estaba pensando en el dinero. En una entrevista para mi libro, Bárbaro recordó que en 2003 Kirchner nombró como director ejecutivo del Organismo Nacional de Administración de Bienes del Estado (ONABE) a Fernando Suárez, «un historiador que era muy amigo nuestro, de nuestro grupo político más chico».

 

—Te estoy haciendo rico —le dijo Kirchner en voz baja durante la ceremonia.

 

Fernando me llamó luego por teléfono y me contó lo que había pasado. Lo noté muy preocupado.

 

—A mí no me interesa hacer dinero sino hacer política. ¿Se lo podés decir a Néstor? —me pidió.

 

Yo fui a verlo al presidente.

 

—Fernando no quiere tocar un mango. Me pidió que te lo dijera.

 

Un tercer ex funcionario que tampoco quiere que su nombre trascienda cuenta que en 2007 fue a pedirle dinero a Kirchner junto con Juan Carlos Chueco Mazzón, que era el coordinador de Asuntos Institucionales de la Unidad Presidencial; es decir, el principal operador político y electoral del presidente, como antes lo había sido de Carlos Menem y de Eduardo Duhalde.

 

Aquel año, además de presidente y vice, se elegía también a todos los gobernadores, aparte de los cargos legislativos.

 

—En Salta, hay que hacer un esfuerzo más para que gane (Juan Manuel) Urtubey —le dijo Mazzón.

 

—Claro, la otra lista es la de (Juan Carlos) Romero y él siempre fue contra —lo avaló el Presidente.

 

—Estuvimos haciendo cuentas y necesitamos unos 300 mil pesos (eran casi 100 mil dólares) —explicó el ex funcionario.

 

—Está bien, se los doy. Pero, yo les di los cargos para que la hagan ustedes; no para que me la pidan a mí.

 

Kirchner siempre tuvo la obsesión del dinero; por lo menos, desde que estudiaba abogacía en La Plata y llamaba la atención porque era el único entre sus compañeros de estudios que ahorraba en dólares. Y no en cualquier época sino en los revolucionarios años setenta.

 

Cristina Kirchner siempre supo que su marido tenía esa pasión. «Necesito ser abogado para hacer plata porque quiero ser gobernador de Santa Cruz», cuenta ella que le dijo él una tarde de abril de 1976 en la galería de la casa de su mamá, en La Plata, al año de casados (La Presidenta, de Sandra Russo, página 163).

 

Él disfrutaba del contacto físico con los billetes. Su vicegobernador entre 1991 y 1998, Eduardo «Chiquito» Arnold, recuerda que «era incapaz de pagarte un café, pero amontonaba la plata de los alquileres de sus propiedades en los bolsillos del pantalón y andaba varios días con los bolsillos hinchados, tocando el dinero a cada rato».

 

Arnold rompió luego con el kirchnerismo, cuando —explica— se fue dando cuenta del «sobreprecio sideral en las obras públicas provinciales, un área que Kirchner dirigía personalmente. Él luego ’santacruceñó’ el país; lo que hizo allá, lo perfeccionó acá, a nivel nacional».

 

Kirchner armó primero un esquema pequeño, adaptado a Santa Cruz, y luego, a partir de 2003, lo llevó a escala nacional para lo cual tuvo que incorporar nuevos brazos, como los de Baratta.

 

Le gustaba acumular, pero no gastar, según Miriam Quiroga, locutora oficial de sus actos en su tercer mandato como gobernador y de su campaña presidencial; funcionaria influyente con despacho en la Casa Rosada durante su gobierno, y, según ella admite y muchos corroboran, «amante de Néstor durante once años», desde fines de los noventa hasta prácticamente su muerte.

 

«Néstor era avaro, es cierto: no te pagaba ni un café. Siempre decía, incluso en actos partidarios: ’Paso a paso y pesito a pesito», cuenta Quiroga, quien no recuerda que le haya regalado ni siquiera un perfume.

 

En ese sentido, asegura que fue Daniel Muñoz, secretario privado de Kirchner y recaudador mayor del esquema, quién la animó para que le recordara a su jefe y —dice ella— amante la situación económica que atravesaba, que era bastante vulnerable.

 

«Muñoz me dijo: ’Boluda, hacé algo: él se está llenado de guita y vos alquilas; ni departamento tenés’», recuerda Quiroga. Y agrega que esas palabras le dieron fuerza para hablar del tema con el Presidente.

 

—Néstor, sabes que estoy alquilando y que no me alcanza la guita. Yo te quería…

 

—¿Cuánto estás pagando de alquiler? —la interrumpió Kirchner.

 

—¿Qué te importa? ¿Me querés manejar también mis cuentas?

 

—No, lo que pasa es que hay que ver los gastos. Está bien, no me querés decir cuánto es el alquiler. Pero, decime: ¿cuánto pagas de escuela por tu hija?.

 

Siempre según Miriam Quiroga, le dijo una cifra aproximada.

 

—¡Mirá vos! Yo pago menos por Florencia y la tengo en el La Salle, en Florida.

 

—Pero, escúchame: te estoy pidiendo ayuda porque no me alcanza la guita y vos me salís con eso. No sé, auméntame el sueldo.

 

Kirchner levantó el teléfono.

 

—Rudy, encárgate de conseguirle una casa a Miriam —le ordenó a Rudy Ulloa Igor, el colaborador todo terreno a quien Kirchner confiaba sus temas más delicados personales; esos asuntos de los que Cristina no tenía que enterarse.

 

«Lo llamé tres veces a Rudy por este tema, pero nunca me atendió», afirma Quiroga.

 

Cuando murió, el 27 de octubre de 2010, a los 60 años, Kirchner había sido todo lo que un político puede soñar: intendente de su ciudad, Río Gallegos; tres veces gobernador de su provincia, Santa Cruz, y presidente de la República, y hasta había ungido a su propia esposa como sucesora. Algo que sólo había logrado el general Juan Domingo Perón aunque no por voluntad propia sino por su fallecimiento, el 1° de julio de 1974, cuando fue reemplazado por Isabelita, que había sido elegida vicepresidenta el año anterior.

 

También se había convertido en una persona muy rica, en una dimensión todavía difícil de calcular.

 

Un político fuera de serie —en el más estricto sentido de la palabra— que se proyectó desde una provincia con menos de 130 mil electores, el 0,5 por ciento del total nacional.

 

Le dejó a su esposa votos y dinero. El gran problema fue cuando al kirchnerismo no le alcanzaron los votos para seguir en el poder, en 2015. A partir de allí, comenzó a develarse el esquema ilegal para recaudar dinero negro, cuya magnitud nos sorprende cada día un poco más.

 

Ceferino Reato es periodista, su último libro es «Salvo que me muera antes»

 

 

Fuente: https://www.infobae.com/opinion/2018/08/18/nestor-retrato-de-un-avaro-obsesionado-por-los-dolares-y-los-votos/

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