Su ficha de salida decía que el 4 de abril debía «reintegrarse» a uno de los pabellones evangélicos de la Unidad 32 de Florencio Varela. Alejandro Claudio Guerrero (37) tenía 48 horas para disfrutar de su libertad gracias al beneficio de una salida transitoria, luego de más de cinco años de encierro.
La primera noticia fue que nunca regresó. Y automáticamente recayó sobre él un pedido de captura. Quedó prófugo de la justicia. Durante semanas, nadie supo de su paradero. Hasta que sus compañeros de las unidades de Varela y de la 9 de La Plata (donde había estado hasta noviembre pasado) vieron su estado de WhatsApp y se sorprendieron por completo: el «Pastor» Alejandro, como lo conocían, había reaparecido.
Pero de un modo que ninguno podría haberse imaginado: acababa de subir una foto junto a la mujer de uno de sus ex compañeros de pabellón. Otro interno alojado en un sector evangélico. Ella lo besa y Alejandro sonríe.
La traición era doble: el marido de la mujer los había presentado en el patio de visitas (algo muy poco común entre detenidos). Y ella le había facilitado la dirección de su casa, y su pareja lo había aceptado, para que a Guerrero le dieran la salida transitoria y fijara allí su domicilio, según publica Clarín.
La actitud despertó la furia de todos los pabellones de evangelistas, de todas las unidades bonaerenses, que dieron la orden de no recibirlo en ninguno de sus sectores. La noticia se difundió hasta por medios del extranjero. Luego de muchos rumores carcelarios (se llegó a decir que lo habían detenido y que estaría en una unidad del Servicio Penitenciario Federal, ya que su vida correría peligro en uno bonaerense), este lunes los detalles de un hecho de inseguridad volvieron a tener al «Pastor» Alejandro como novedad.
Guerrero era uno de los dos asaltantes que habían ingresado a robar a un campo de la Ruta 2, a la altura del Kilómetro 63, La Plata, y que murieron por los golpes de las víctimas del robo.
Al parecer, los ladrones habían comenzado por reducir a una familia. Tenían un revolver calibre 38 y una pistola calibre 9 milímetros. Uno de los hijos del matrimonio asaltado, en un descuido de los asaltantes, habría alcanzado a tomar una mancuerna y golpeó al menos tres veces a Guerrero en la cabeza. Antes de desvanecerse, el «Pastor» alcanzó a disparar. Le apuntó a Javier Gabutti, dueño de la propiedad. Lo hirió, pero está fuera de peligro.
El otro ladrón intentó huir, pero padre e hijo lo hirieron con un hacha, en el abdomen. También falleció. Fue identificado como Matías Hernán Barrionuevo, de 36 años, domiciliado en Villa Ballester, San Martín.
La primera vez de Guerrero en cárceles de la provincia de Buenos Aires había sido en mayo de 2012. De esa causa, se fue libre en 2015. En febrero de 2016 regresó por un robo calificado y una tenencia de arma de guerra. Su primera salida transitoria fue en abril de 2021. Desde el 2 de ese mes, no se supo nada sobre su paradero. La único que conoció cómo fue una parte de su vida en cautiverio fue la mujer con la que se relacionó. La versión carcelaria dice que se habría escondido en la casa de ella, en José C. Paz.
Pero a las dos o tres semanas de la publicación de la foto, la mujer habría dejado a Guerrero, y se reconcilió con su pareja, que continúa detenido en la Unidad 9 de La Plata. «Dios no se equivocó cuando dijo ’hagamos la belleza del planeta’. Te crearon a vos, amor. Dios reina en nuestras vidas», escribió el ex compañero del «Pastor», sobre una foto que tomó de una videollamada. Además, se reencontraron en el patio de visitas de la Unidad 9, donde volvió a visitarlo todos los meses.
Guerrero había contado su historia en septiembre de 2018. «Yo tiré gente del tren para robarle», confesó en el entrevista con Telefé. Y afirmó haber cumplido (hasta aquel entonces) más de 18 años detenido. Puede que haya pagado algunas condenas en establecimientos federales.
Sus primeros robos habrían sido cuando tenía 10 años. Guerrero se había ido de su casa por las palizas de su padre, y terminó viviendo en las estaciones de trenes de Glew y Alejandro Korn. En situación de calle, comenzó a consumir cocaína y a robar. Sus victimas eran los pasajeros del tren.
«En ese tiempo era mejor morirse que seguir viviendo. A esa edad yo debía estar estudiando, y viviendo con mis hermanos y padres». En esa entrevista contó que había matado en distintas peleas.
En la que sería su última condena, se unió a los pabellones evangélicos y se hizo referente de dos: el 7 y el 8 de Varela. «Pero lo hacía por negocios. Se cansó de cobrarle a otros presos por todo tipo de beneficios», contó un ex compañero de pabellón.